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Cultura empresarial

Espacios de coworking y Covid-19: aprendizajes

Trabajé durante 7 años ininterrumpidos en un espacio de coworking en Barcelona hasta la crisis del Covid-19. Aunque no soy un buen ejemplo de nómada digital, he podido trabajar eventualmente desde otros países y regresar a mi centro de operaciones en Barcelona. He sido testigo de los puntos clave de este tipo de espacios de trabajo, los cuales han tenido un gran desarrollo desde la crisis de 2008. El Covid-19 ha interrumpido momentaneamente el trabajo en los espacios de coworking y ha creado una distancia física entre los coworkers que tardará en reducirse. Pero esta crisis, también ha abierto nuevas oportunidades de negocio para estos espacios de trabajo flexibles.

Después de trabajar 7 años en espacios de coworking he sido testigo de varios insights y oportunidades de negocio que florecen desde estos dos contextos: 1) el trabajo colaborativo, entre autónomos y pymes, que puede ocurrir adentro de un coworking, y 2) el modelo inmobiliario basado en el alquiler de microespacios y espacios compartidos sobre el que se fundamenta un coworking.

El mundo del coworking recoge toda la semántica que opera con el prefijo «co», es decir, el «estar juntos», en vivo y en directo aún cuando la mayoría del trabajo se haga a través de medios digitales. En el coworking se colabora, se coopera, se convive, se «cohabita», se conoce, se consulta, se comparte.

El distanciamiento social, físicamente hablando, presiona al modelo de trabajo del coworking y le obliga a mutar para no perder sus clientes. Por ejemplo, hemos estado obligados a trabajar en casa; pero si nos ha ido bien trabajando en casa durante el confinamiento ¿volveríamos a trabajar en un coworking? o tal vez ¿será mejor alquilar una oficina compartida con los amigos? o ¿ahorrarnos ese gasto directamente?.

Por otro lado, la flexibilización del trabajo de oficina en las empresas ofrece nuevas oportunidades a los espacios de coworking. Principalmente, alquilar el espacio a las empresas que decidan reducir sus propios metros cuadrados.

Estas son las observaciones en las que he pensado durante los meses de confinamiento:

El espacio de trabajo común como lugar de encuentro vital

En un mercado laboral en el que las herramientas digitales invitan a la descentralización, el espacio de coworking es un antídoto frente al aislamiento físico y la saturación del uso del espacio de casa. Esta idea ha sido una de las bases para las campañas de comunicación de los coworkings, pero ahora este argumento podría ser muy debatido porque muchos trabajadores concluirán que se han adaptado satisfactoriamente al trabajo desde el sofá de casa. Más aún si sus ingresos se han vistos mermados por los daños económicos colaterales de la pandemia.

No obstante, el espacio de coworking sigue brillando como un lugar en el cual grupos de personas relativamente reducidos pueden encontrarse. Perfecto para vivir sin grandes aglomeraciones. Pero aún más, parece que el coworking space es el lugar donde, ahora más que nunca, tenemos que encontrarnos. Frente a las restricciones y el miedo a las grandes aglomeraciones, los espacios de coworking son los suficientemente sociales para satisfacer la necesidad de que la gente se encuentre y socialice.

Este encuentro físico es un encuentro vital, un encuentro con la diversidad, y poder acceder a esto «libera» a nuestras casas de la saturación doméstica que ha traído el confinamiento. Delegar a nuestras casas el rol de oficinas y espacios de socialización, es agotar, extenuar, el espacio de casa como espacio de recuperación, descanso, familia y privacidad.

He aprendido, además, que los vínculos de amistad que se crean en los espacios de coworking son importantes, en la mayoría de los casos sobreviven al distanciamiento social y al nomadismo. Los espacios de coworking son como un tipo de escuela, en la que conocemos nuevos compañeritos. Y sobre esta red se tejen muchas más relaciones.

La co-cultura como nuevo paradigma de trabajo y de vivienda

Tanto el coliving como el coworking son expresiones de una «co-cultura» que, por una parte ejemplifica el éxito de las tribus en la sociedad global, y que por otra, muestra cómo el trabajo en el coworking se convierte en un filón, en una mina, para un etcétera de actividades culturales. Esto es, entender el coworking como centro cultural y no solo laboral.

Desde el coworking se pueden realizar y hacer realidad: conciertos, comidas compartidas, cursos de yoga, de idiomas, nuevas parejas y familias, grupos de amigos, actividades recreativas, la posibilidad de intercambiar experiencias personales, y un largo etc de servicios y entretenimientos. El espacio de coworking es una especie de club cultural en donde además de todo trabajas. No sé si estoy totalmente a favor de esto, pero observo que es hacia donde podría ir en el estado de nueva normalidad de este mundo neo-viral.

(El anterior razonamiento me hace poner sobre la mesa dos ideas: el concepto de «fun work» o el trabajo divertido (algo, desde algún punto de vista, por lo menos sospechoso, demasiado vendido a la lógica demasiado sosa del entretenimiento): y el concepto del espacio de coworking como «safe house», es decir, un espacio seguro, controlado, donde una comunidad se puede proveer de muy diversos servicios, no solo los laborales. )

Frente a la aceleración del trabajo en casa o el home office, el coworking space es la alternativa para liberar a los hogares del rol de ser oficinas al mismo tiempo. Hacer del espacio de casa, espacio de trabajo y espacio de socialización al mismo tiempo, es insostenible. De ahí que la diversificación y potenciación de servicios añadidos en el espacio de coworking sea una gran oportunidad.

Al ser gestores de un espacio, un coworking puede tener desde una cafetería hasta una tienda de ropa ¿por qué no?. Incluso una red de coworkings en una misma ciudad podría permitir a sus afiliados acceder a servicios complementarios en los distintos locales.

El coworking desde la antropología organizativa y de empresa: habría mucho más que decir en términos antropológicos. Pero lo mencionado en este texto nos habla de la comunidad laboral como una tribu organizada. Solo que en el espacio de coworking, los miembros de la comunidad no comparten siempre una única jerarquía laboral, sus jefes ni empresas son las mismas. Esto es un gran «qué» diferenciador respecto a la visión tradicional de la empresa, atomizada en un lugar sin la convivencia con otras empresas, como tribu de cooperantes regida por un contrato de intercambio.

La colaboración en potencia

Si el trabajo en el espacio de coworking se presta para la creación de nuevos grupos de amigos, también se presta para la creación de nuevas tribus de trabajo; en mi caso y en el de todos los trabajadores independientes o autónomos que han optado por esta modalidad, lo anterior ha significado incrementar la posibilidad de trabajar en equipo con otros profesionales, generar colaboraciones, conseguir nuevos clientes, reciclarlos y delegar tareas. La oportunidad que todos vemos aquí es la creación de equipos ad-hoc altamente cualificados para el desarrollo de proyectos. Equipos que se articulan y desarticulan según la necesidad de cada reto, sin exigir la renuncia a los proyectos individuales que cada quien tiene. Lo anterior implica el surgimiento de nueva responsabilidad y trabajo: la gestión de esa articulación. Algo cercano al scrum manager. La ausencia de este enfoque y esta figura no ha permitido que los espacios de coworking aprovechen al máximo esta oportunidad. Esto es así porque los espacios de coworking están centrados en la oportunidad inmobiliaria, más que en la oportunidad de generar y administrar oportunidades de trabajo.

Una agencia mediana o grande en sectores como el marketing, la comunicación, el desarrollo web o el diseño, también intenta tener equipos ad-hoc pero la mayoría lo hace con metodologías de los años 90, por lo cual son más lentos y gastan más recursos.

Pero la posibilidad de tener estos «super equipos» ad hoc también nos enseña una nueva precariedad: esos equipos tan cualificados y tan flexibles muchas veces no están respaldados por contratos sólidos ni garantías laborales, y mucho menos tienen apoyo desde las instituciones públicas. El cliente usualmente toma ventaja de este contexto y de la flexibilidad que el trabajador sin un contrato laboral ofrece. Esa flexibilidad del autónomo se va convirtiendo en una «hiper-flexibilidad» que va en contra de su bienestar; y como lo ha explicado bien Byung – Chul Han en su ensayo La sociedad del cansancio, esa flexibilidad implica un exceso de rendimiento, un número elevado de horas de trabajo, una disponibilidad demasiado amplia que puede generar un cuadro de burn out.

En el caso del coliving como evolución de los pisos compartidos, también hay evidentes soluciones prácticas y también la creación de nuevas condiciones de precariedad. Mientras que para las personas mayores y jubiladas que apuestan por una estrategia que reemplace el funesto trabajo de las residencias para mayores el coliving emerge como una de las mejores opciones, para los trabajadores jóvenes el peligro del coliving está en la estandarización de los pisos colmena (pisos compartidos por mucha gente) como modelo de precarización del derecho a la vivienda digna. También aquí hay un llamado a «flexibilizar» la necesidad de metros cuadrados.

El espacio compartido como negocio inmobiliario

Los documentales sobre We-work, por ejemplo, han mostrado muy bien las oportunidades y los peligros de este bombón inmobiliario. Explotar un espacio alquilando mesas y servicios puede ser muy lucrativo. Pero ¿qué consecuencias trae la restricción de la mobilidad de trabajadores que sustentaba este negocio debido al Covid-19 o nuevas pandemias? Al igual que otros modelos basados en el mismo nutriente, como Airbnb, los coworkings ven el 2020 como el año más difícil para mantenerse a flote.

La saturación del mercado y el problema del distanciamiento social (una fórmula que muy posiblemente ha llegado para quedarse) obligan a que los precios y las dinámicas de ocupación de ese espacio de co-trabajo cambien. Más allá de meter mamparas, la gestión de estos lugares también tiene que reinventarse. Posiblemente el precio cambie, nuevos servicios se añadan y la ocupación dependa de horarios preestablecidos.

No obstante, nuevas oportunidades también emergen. Ahora no hace falta ser un trabajador independiente o autónomo para trabajar desde un coworking. Las empresas están considerando cada vez más el alquiler de mesas en espacios de coworking para sus trabajadores.

Con la flexibilización del trabajo de oficina, el mismo concepto de oficina cambia. Veremos cómo las compañías deslocalizarán a sus equipos en espacios de coworking en lugar de optar por oficinas cerradas y herméticas. Esto en el mejor de los casos. En el peor, según mi forma de verlo, se obligará a los trabajadores a seguir laborando desde casa: Home office. ¿Qué más puede ofrecer un espacio de coworking para que la gente, bajo las condiciones actuales, prefiera alquilar una mesa a quedarse trabajando en la seguridad de casa?

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Por Julian Bueno

Antropólogo de formación, trabajando en investigación UX, en SEO, SEM y curatoría de contenidos desde el año 2005. Consultor en insights y estrategia en el campo digital; gestiono equipos para la creación de sitios web y la puesta en marcha de estrategias de SEO y SEM. Especialista en benchmarkings, proyectos de reputación digital, etnografía digital, coordinación de equipos de diseñadores, desarrolladores, traductores, editores y más. También soy profesor de la asignatura "Diseño en contexto" en LCI Barcelona.

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